Chile vive este
jueves lo que periodísticamente se le
denomina como un “terremoto” político. No es común, que en plena campaña
presidencial, un candidato, en este caso el derechista Pablo Longueira Montes,
ex ministro de Economía del actual gobierno y uno de los hombres emblemáticos
de la derecha conservadora durante y post Pinochet, decida retirarse a última
hora por una depresión personal. Históricamente, nunca un candidato chileno lo
había hecho.
No voy a entrar
al campo de las especulaciones políticas, que si hubo o no maniobra política
del propio Longueira y su partido político frente a la popularidad de Michelle
Bachelet y su “nueva” izquierda. No. Lo
concreto es que fueron los hijos del propio ex ministro y senador, quienes
informaron a la opinión pública de la enfermedad de su padre lo que desencadenó
un impacto en el gobierno, sector oficialista, parlamentarios, medios y en los
chilenos en general.
Mi análisis de
este jueves apunta al tema de la depresión. A la enfermedad en sí. Y a cómo los
medios de comunicación en Chile y las redes sociales, de alguna manera se han
transformado en una fuente peligrosa de opinión pública. Sin ser partidario yo
del partido político y del propio Longueira, me llama la atención las opiniones
que han surgido en torno a la noticia de Longueira. Las burlas hacia su
persona, las ironías, las caricaturas, entre otras “acciones” comunicacionales
que usted puede ver en facebook, twitter, diarios, programas, etc.
Hoy escuchaba al
conocido economista chileno, Rafael Garay, reconocer en su propio programa de
radio que también padeció este tipo de enfermedad, que no es para mofarse ni
para asomar declaraciones especulativas respecto a ella y la persona. Y que la
superó. Y al mismo tiempo emplazó duras críticas a un conocido asesor político
(Eugenio Tironi), por haber dejado entreabierta la posibilidad de que la
depresión de Longueira fuera una estrategia política.
Al respecto, me
quedo con una parte de la opinión del economista. Chile cada día incuba más
soberbia. Cada día atisba más y más mala onda entre quienes hacen política. Se
les escupe en la cara a una mujer y ex presidenta de Chile. La misma ex
presidenta encabeza un bloque político que literalmente le escupe en la cara al
presidente de turno en su última cuenta al país y más encima el mismo bloque
llama a un “levantamiento político” contra el oficialismo. En definitiva, tanto
los de allá como los de acá se “escupen”
unos a otros.
Y más peligroso
aún es ver cómo el mismo ambiente político se entrampa en un clima duro,
competitivo y salvaje, denostador, descalificador, generando lo que hemos visto
con la renuncia de Pablo Longueira: una depresión que no se sabe de qué
magnitud se trata. Pero sí sabemos que cualquier tipo de depresión es una
enfermedad de la mente, que tiene que ver con estados de ánimo en baja, sin
razón de avanzar, de levantarse, de saludar, de trabajar…de ser feliz.
Insisto. No
quiero hacer análisis político. Lo que quiero decir en esta columna de hoy es
que definitivamente mi libro Buena Onda está más vigente que nunca: Chile
necesita un cambio. Necesita terminar con las rencillas y polarización que no
es necesario. Este país es hermoso. Tiene grandes recursos, especialmente
humano. Tiene una economía donde pueden caber todos. Y no sólo un segmento minoritario.
La desigualdad social conlleva precisamente a lo que Longueira y más de medio
millón de chilenos sufren año a año: trastornos emocionales, depresión,
bipolaridad, tristeza.
Doy gracias a
Dios por haber vivido en un país maravilloso, donde conocí la alegría, el
sabor, la fuerza, las ganas, las esperanzas, las ilusiones compartidas. Donde
lo colectivo va de la mano del respeto, de la solidaridad, de la admiración.
Del amor.
Ese país, hoy
vive una violencia inusitada. Compleja. Triste. Pero igual luchan. Hoy su
presidente electo, a quien le robaron la elección (en medio de un fraude
histórico) recorre el mundo pidiendo apoyo y que no se olviden de Venezuela. Me
refiero a Henrique Capriles Radonski, quien por cierto entre este jueves y
viernes está en Chile.
Esa alegría y transparencia que
viví en Venezuela, es la que extraño un poco en Chile.
Hoy, los ojos
están puestos nuevamente en la política. En Longueira y su depresión. En quién
asumirá en reemplazo y disputará presidencia frente a Bachelet en noviembre.
Ojo también: sigue habiendo un enorme masa de chilenos que no sabe por quién
votar: 10 millones.
Mi opinión: no
sólo los ojos hay que poner hoy. Sino también el corazón. La depresión en Chile
es muy peligrosa. Es una enfermedad silenciosa. Perturbadora. Compleja. Que nos
puede llegar a todos. Sin rango de sexo, edad, recursos económicos o posición
social. Conozco casos cercanos. De gente exitosa, que se ha suicidado. Gente
que está muerta en vida, y transita entre calles obscuras, ruidosas, sin que
nadie se dé cuenta que están deprimidos.
Chile necesita
hoy un cambio. Girar hacia un clima más propositivo. Más humano. Una coalición
por la unidad, la solidaridad política, económica, cultural. Un movimiento
social que proponga un Plan País Feliz. Un plan país sustentable. Un Plan País
Seguro...Sustentable. Humano. Donde se puede co-competir y no competir
destructivamente. Donde sonreír no es sinónimo de burla ni de torpeza. Sino de
transparencia.
La Buena Onda de
la Política. La Buena del país. La Buena de nuestras Vidas. Pura Vida!
Hasta la próxima.
PD: ¿Hay que ser
papá o mamá para empatizar con una persona cuyo hijo tiene un cáncer terminal?
Puede que la tristeza enorme de Longueira se deba a ello también. Dios bendiga a su hijo.
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