domingo, 12 de febrero de 2012

El Desafío Chileno-Latino (y mi gira)

Ha transcurrido ya casi un mes y medio desde mi último artículo de fin de año. Quise darme el tiempo para acumular historias, ideas, y como siempre…mi visión humana de lo que nos rodea y también nos invita a vivir.

Como sabrán, mediados de diciembre asumí la Dirección Nacional de Comunicaciones del chileno Instituto Profesional Valle Central. Una organización educacional que tiene 24 años de trayectoria, en 13 ciudades de Chile (de norte a sur), con más de 11 mil técnicos y profesionales titulados. Un orgullo y un privilegio que se me haya invitado a construir un área que no existía en esta importante red educacional: que es precisamente una estructura de comunicaciones. Y finalmente, ser un aporte a nuestros jóvenes, desde el prisma de la educación.

Y durante estas semanas, me ha tocado viajar a lo largo del centro, sur y norte de Chile, conociendo las sedes, su gente, el entorno, sus problemáticas…sus oportunidades. Y todo en un contexto de vida especial, donde me ha tocado mantenerme firme y con mirada fija en el éxito y el desarrollo personal. Especialmente, por mis dos hermosos guerreros: mis hijos Agustín y Cristóbal.

Recorrido

Saben, durante este mes y medio, he podido comprobar que Chile es un país cada día más disperso en términos de identidad cultural, social, personal. Lo digo porque me ha tocado visitar nuestras sedes en las ciudades de La Serena, Ovalle, Curicó, Constitución, Talca, Chillán, Los Angeles, Concepción, Puerto Montt y Santiago, y mi conclusión es que cada una de estas localidades representa un Chile tan competitivo y a veces olvidamos que cada ciudad, cada pueblo, cada comunidad representa un potencial de crecimiento y unidad. Y no se está aprovechando.

Acá en Chile, estamos ya cursando la segunda mitad del periodo de verano, y es impresionante observar durante mi recorrido por tierra y mar, los paisajes maravillosos que cuenta Chile, pero por falta de eficiencia, preservación, cariño o sencillamente respeto, lo que estamos es ofreciendo un país, que ya lo dije antes: está disgregado y fracturado por la desigualdad, por la soberbia, por el aprovechamiento descarado de los recursos (humanos y naturales) y algo que siempre he puesto en tabla en mis artículos: Chile se ha convertido en un país sin identidad y sin unidad urbana. Enfermo de triste.

Mi visita a la localidad costera de Constitución, donde el 2010 fue azotada por el maremoto y terremoto, me dejó claro que a dos años de este cataclismo, su belleza costera, su riqueza marina, sigue intacta, pero la carencia de un plan de reconstrucción -realmente- integrado por el sector público y privado, ha hecho que este hermoso lugar, sea el epicentro de pugnas políticas, empresariales, dirigenciales. No puede ser que esta ciudad no cuente con un plan regular urbano, que sustentabilice el crecimiento en infraestructura y comercial.

Y desde Constitución miro hacia Latinoamérica y observo cómo nuestro continente se consolida como una zona emergente en lo económico, atractivo para la inversión extranjera, incluso un “paraíso” para los miles de cesantes europeos que viven una crisis de proporción. Las cifras de crecimiento, de Perú, Colombia, Brasil, sumado a la riqueza petrolera venezolana, y la agro-industria argentina, me sirven de referente para pensar que si Chile no asume un papel de liderazgo ejecutivo, emprendedor, más presente en su realidad local, con el fin de aprovechar nuestras fortalezas como país, sencillamente estamos corriendo la maratón para llegar últimos.

Brasil, preparándose como anfitrión para el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos; Perú creciendo a base de sus recursos naturales, instalación de inversión extranjera y sumando nuevas redes comerciales desde la hermosa Lima; Ecuador diversificando su oferta turística más allá de Galápagos; Uruguay, haciendo lo propio como centro financiero, y Venezuela, ay Venezuela, pese a su controvertido presidente, sigue siendo la Arabia Saudita de América Latina y el país de la eterna primavera y alegría sin fronteras.

Lecciones

El año pasado, nuestros jóvenes y estudiantes chilenos nos dieron una lección. Dijeron Basta de desigualdad y encarecimiento para poder estudiar una carrera y ser alguien en la vida. Y salieron a las calles a decirle a las autoridades públicas y privadas: se acabó la fiesta, se acabó el aprovechamiento, ya es hora de sincerarnos y de ser transparentes.

Nunca he apoyado y jamás apoyaré la violencia. No soy hincha de los encapuchados. Pero sí me siento cerca de aquellos jóvenes y padres (quienes finalmente se sobreendeudan) que plantearon la necesidad de contar con una nueva educación en Chile: con moral y luces, como diría el gran maestro de Simón Bolívar, Simón Rodríguez. Una moral, una ética impregnada en las políticas públicas, en los programas académicos, en los aranceles; y luces, porque necesitamos maestros, no docentes. ¡Maestros! Mujeres y hombres que amen su profesión, la respeten, y compartan su experiencia profesional con los estudiantes. Que Chile crezca en creatividad, capacidad de asombro, desarrollo de proyectos sustentables, ser una potencia turística mundial (gracias al desierto, nieve, mar, bosque, ríos, volcanes).

Mi recorrido por las 13 sedes de Chile, durante enero y febrero, me ha servido para pensar que es urgente que en Chile exista un viraje en cómo se están haciendo las cosas. Chile necesita gente más feliz de lo que hace, y que tenga claro los objetivos a trabajar. Aspecto, que existe una gran masa de gente aletargada, adormecida, por esta competitividad salvaje y desmedida, y existe otro grupo no menor, que quiere salir adelante.

Desde esta tribuna, escribo con el espíritu de llegar a miles de latinoamericanos para que cuiden su patrimonio, lo respeten, lo difundan. Escribo a los chilenos para que concreten el cambio, un cambio sustantivo desde los núcleos urbanos, desde la familia, desde los equipos de trabajo, a realizar una labor eficiente, humana, emprendedora… Crecer con Alegría, con sustentabilidad, con creatividad, con fuerza!

En Chile existe una gran riqueza, su gente, sus jóvenes, la familia, los microempresarios que luchan por sacar adelante sus proyectos, los deportistas como el tenista Fernando González, que acaba de decir adiós al tenis, a sus 30 años de edad, y después de haber sudado sangre y dolor por obtener triunfos para Chile; en Chile y América Latina, hay calor, hay amor, hay pasión, hay fuerza –estimados amigos- hay creatividad, hay naturaleza… es cosa de creer y hacer.

¡Hasta la próxima!