Qué increíble cómo pasa el tiempo. Llegamos a
diciembre, siempre pensando lo mismo: “qué rápido pasa el año. O que lento se
nos fue. Qué voy a comprar. Qué regalo le haré. Por Dios que están caras las
cosas. Qué larga la fila para pagar. ¿Llegaré a fin de mes? Mejor pido un
crédito o recurro a la tarjeta y lo pago en cien mil cómodas cuotas”. Entre el estrés
del trabajo, los balances, los cierre de año, los proyectos para el 2014…aparece
diciembre, entre tantos colores, música navideña, Santa Claus-San Nicolás-PapáNoel-Viejo Pascuero, y millones de mensajes alusivos a la Navidad. Entre spots,
jingles radiales, y una televisión que no para de bombardear juguetes y más
juguetes, al mismo tiempo de ofertones bancarios para pagarlos. Curioso.
Sin embargo, en medio de todo ese millón de
partículas de mensajes, sonidos, imágenes y emociones, en medio de todo eso,
emerge a mi modo de ver, una verdad que no la podemos olvidar y bien lo sabemos
porque todos fuimos niños alguna vez: ¡ el espíritu verdadero! ¿Dónde está ese
espíritu que todos deberíamos recoger, compartir y hacerlo realidad junto a nuestros
seres queridos y amigos?
Hoy, la vorágine de las nuevas tecnologías, la
internet y las redes sociales, la telefonía inteligente, han creado una
plataforma que de alguna manera también están determinando estas realidades que
a veces me parece que son mero espejismo de lo que de verdad está sucediendo. Esa
mezcla de deseo, de consumo, de aspiración, que no es malo, en la medida que
seamos capaces de equilibrar dichas emociones y necesidades.
Navidad que del latín, significa nacimiento, y que
los cristianos lo celebran en relación al nacimiento del niño Jesús…sin duda
que no deja de sorprenderme como concepto, y al mismo tiempo representa para mi
corazón: Esperanza.
La Navidad si es nacimiento tiene que ver con el
comienzo de una nueva vida. Si antes fue Jesús o quien quiera que represente la
imagen viva de nuestra fe, admito que la Navidad me evoca el amor de mis
padres, la compañía de mis hermanos, los juegos con mis amigos, los colores,
los villancicos, el chocolate caliente en las mañanas de las mismas del Gallo
en Venezuela, o las patinatas decembrinas. Las gaitas venezolanas, y las
películas infantiles de navidad. El deporte. Pero siempre había una luz que dando
vueltas sobre el horizonte de mi hogar, me indicaba que la navidad era esa
energía que todos llevamos dentro. Como una hermosa estrella fugaz.
La Navidad estaba en mí, en mi gente, en los
niños, en la capacidad de hacer feliz al otro. En el perdón. En el amor
verdadero. En la familia, unida, o reunificada. En disfrutarnos más, a la
espera de un gran regalo: la sonrisa, el calor de un abrazo y sencillamente ese
suspiro que sentíamos cuando abríamos la tarjeta de navidad recibida a través
del correo. El suspiro de nuestro corazón.
Hoy, en medio de un caos informativo, de
elecciones presidenciales, de comicios electorales, de crisis económica,
climática y alimenticia, del horror que viven miles de personas producto de la
violencia y la delincuencia, el narcotráfico, de la ausencia de las confianzas,
de la manipulación de datos, de la exacerbación del consumismo generando
ansiedad, estrés y depresiones, que finalmente terminan en el suicidio…en medio
de ese caos: aparece una luz, una voz, un susurro, una brisa llamada Navidad o
nacimiento de una nueva vida. Vida que debemos disfrutar, vivir, compartir y
hacerla más verdadera de lo que pensamos que es.
Me atrevería a decir que hoy, cuando llegue a mi
departamento y salga a la ventana a reflexionar mi día, miraré las estrellas y
pensaré que esta Navidad tiene que ser especial para mí y mis hijos. Para mí y
mis amigos. Para mí y mis compañeros de trabajo. Para todo lo que me rodea y me
acompaña.
Dejar atrás los problemas, los miedos, las
desilusiones o aquella tragedia que muchas veces la llevamos como parte de un
día a día. La clave de la Navidad está más cerca de lo que creemos. Está en recuperar
esa magia que cuando niños sentimos. Vivimos. O alguien nos contó. Ya sea en
voz, libros o mensajes infinitos a través del universo.
Hoy, mis queridos amigos de Chile, Venezuela y el
mundo, quiero compartir con ustedes esta columna navideña, invitándolos a
volver a nacer. A vivir la Navidad como un punto de inicio. Un comienzo de
nuevo. Con amor, con fe, con alegría, con certezas más que dudas. Con la
seguridad de que realmente nos queremos y podemos hacer felices a los demás con
un solo gesto: una sonrisa, una llamada, una mano cuando menos lo esperan, con
una carta, un café, o una conversación sincera.
La Navidad, bella navidad, la miro en un niño que
nació muy cerca de mí, hace 5 y 8 años. Con ojos chiquiticos y manitos
delgadas. Con una sonrisa maravillosa y un corazón enorme. Niños. Hermosos
niños míos. La Navidad eran ustedes mis hijos. O el abrazo de otro niño que
hace muchos años atrás en Los Ángeles me abrazaba llorando por haberle regalado
un poco de alegría en su casita humilde y sin regalos. La Navidad del niño
Jesús, del Pesebre, de nuestras casas brillando arbolitos, bastoncitos,
pascueritos, o generando un clima de paz.
La Navidad del perdón, del amor, del
respeto, de la alegría…de La Buena Onda!
La Navidad de todos, para todos. Mi Navidad feliz.
¿Y la tuya?
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