“Sí, mi vida cambió… y para siempre”. Sus ojos, una mezcla de tristeza, rabia, confusión y consternación. Moreno. Delgado. Pelo largo y sucio, por estas casi tres semanas posterior al terremoto 8,8 grados Richter que el pasado 27 de febrero nos cambió la vida a todos. Son las palabras de Víctor Vergara, quien junto a su hermana, se salvaron por un milagro. No divino, de su padre, quien construyó un anexo de madera a su vivienda de cemento entregada por el gobierno (casas Serviu), y gracias a ella, ellos (Víctor y su hermana) se salvaron. Pero su padre, su madre y sus dos pequeñas hermanas, no. Ellos habitaban en la casa entregada en 1998 por el gobierno chileno, previa postulación mediante ahorro habitacional, en una zona urbana de la región del Maule, en Talca.
Víctor no puede creerlo. Una casa estatal, que se vino abajo completamente y aplastó no sólo a su familia, sino que sepultó para siempre lo que para todos es normal: crecer junto a mamá y papá, estar cerca de ellos al momento de graduarse del colegio y la universidad, una boda, los hijos… Víctor tiene rabia y consternación. Lo sé.
He querido iniciar este segundo artículo desde Chile, a casi tres semanas del terremoto, en honor a él. A este joven chileno, a quien personalmente no conozco. Lo vi en las noticias, pero bastó observarlo y escucharlo para motivarme a escribir y compartir con ustedes, lo que este terremoto ha causado –socialmente- en mi país, uno de los cinco terremotos más grandes del mundo. Víctor, en honor a ti estas líneas de reflexión, pero también he querido transmitir al mundo como tú habrías querido, y con juicio crítico, un llamado hacia nuestras autoridades y del orbe, para que revisen muy bien las condiciones en que se entregan casas para familias de escasos recursos.
Han pasado tres semanas, y debo decir que el miedo continúa. Anoche, vivimos una réplica de 6,7 grados Richter, con epicentro muy cerca de aquí, en Concepción. ¡ Nuevamente, en el mar! Y lo peor de todo, muy cerca de la medianoche, en pleno toque queda. Pese a ello y al llamado de las autoridades quienes descartaron un nuevo maremoto, miles de habitantes de la costa en Talcahuano, corrieron a los cerros aledaños. Sí, el miedo persiste. Me pregunto, cuánto será el costo emocional para todos los que estamos viviendo estos días en Chile.
Todo negro
Para colmo de males, una noche antes, a eso de las 20 horas, vivimos una nueva secuela de esta tragedia natural. El famoso blackout. Un apagón de electricidad originado por una falla en una subestación eléctrica en Charrúa (también, muy cerca de Concepción), que afectó al denominado Sistema Interconectado Central (SIC) de todo Chile, de norte a sur (de Tal Tal a Chiloé), y dejando a oscuras a este país sudamericano durante más de dos horas.
Se cayó todo. Luz. Comunicaciones. Imagínese que en Santiago, la capital, 20 trenes del tren subterráneo quedaron sin servicio y generando un pánico terrible en la población. Al otro día, los vendedores de linternas y generadores de electricidad, aumentaron sus ventas de manera exponencial.
Resumamos: Un terremoto. Maremoto. Saqueos. Damnificados. Destrucción. Muerte de más de 500 chilenos (otros 200 continúan desaparecidos), más de 400 réplicas (entre los 4 y 7 grados Richter), y ahora enfrentamos la vulnerabilidad del sistema eléctrico chileno, debido a este terremoto que el 27 de febrero puso en jaque a Chile, un país que ha asumido el desafío de seguir creciendo.
Mi indignación continúa. No porque el sistema se haya caído. Es lógico. Después de un terremoto casi grado 9, es imposible que ningún sistema de suministro se vea afectado. Lo que me parece incomprensible como ciudadano y como comunicador, es que el gobierno anterior haya tardado casi 10 días después del terremoto en entregar un informe sobre la real situación de nuestra (débil) infraestructura en materia energética, según lo reconoció e informó el nuevo ministro de Energía chileno.
Si ya sufríamos por el tema del gas, en años anteriores, ahora Chile tendrá que vivir cuidando muchísimo el consumo de energía eléctrica debido a las fallas técnicas que tiene nuestro Sistema Interconectado Central, durante los próximo seis meses, que es el período en que se ha calculado que se repare y pasemos de la vulnerabilidad a la estabilidad.
Por cierto, y a propósito de carencias, aún no llega agua potable al sector donde vivo, en Higueras, Talcahuano. Y mis vecinos siguen dependiendo de la ayuda externa y de agua extraída de pozos particulares. Muy difícil todo.
Mientras escribo esta columna, desde Los Angeles, en la región del Biobío, pienso también en lo próximo que está el otoño y el invierno. Fríos que oscilaran temperaturas muy bajas. Período de las enfermedades respiratorias. Pienso en los niños y en los ancianos, también vulnerables. Y el nuevo gobierno del derechista Sebastián Piñera, trabaja a mil kilómetros por hora por tratar de reconstruir este país. Cuidando todos los flancos: salud, educación, economía. Todavía es difícil medir resultados. Lo concreto es que se ve un gobierno que está trabajando “las 24 horas del día”, como lo anticipó Piñera. Y le dio un plazo de 40 días a su ministro de Educación, Lavín, para que las clases se reanuden en la mayoría de las escuelas afectadas por el terremoto.
Chile perderá el 18 por ciento de su producto interno bruto, según lo anticipó el ministro del Interior, Hinzpeter. Vaya tragedia para nuestra economía. Pesca, industria forestal, comercio, vivienda, energía, educación, son áreas en las que se trabaja por reconstruir. El drama de la cesantía ya golpea en el sur de Chile. Pienso en los pescadores. En los obreros, en los profesores, en los pequeños y medianos empresarios.
¡A trabajar y conseguir nuestros sueños!
De a poco, algunas zonas de mi país han comenzado a levantarse. Pero sus ciudadanos, están cansados. Agotados. Duermen poco. Especialmente en aquellas próximas al mar. No quiero ni pensar, en vivir una nueva alerta de maremoto y tener que salir con mis dos pequeños hijos al cerro y llegar a una cota de por lo menos 40 metros sobre el nivel del mar.
Pero hay que salir adelante. En mi corazón, emergen las ganas de construir. De generar un espacio de discusión constructivo, humano. En mi calidad de periodista, académico pero también persona y padre de familia, quiero sumarme al esfuerzo que hacen miles de chilenos que hoy, quien seguir adelante.
Es hora de decisiones. De retomar los sueños. De construir. De compartir. Y que estas letras sirvan especialmente para mis amigos, compañeros de trabajo, colegas del periodismo, familiares, para motivarse y perseguir un objetivo.
Víctor… ánimo. El mundo sabe de ti. Sigue luchando.
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