viernes, 9 de abril de 2010

MI VISION DE CHILE 13 DIAS DESPUES DEL TERREMOTO

Gracias Dios, por permitirme estar acá. Sentado frente al teclado, 13 días después del terremoto 8.8 grados Richter. 624 horas después, de aquél fatídico sábado 27 de febrero. Una pesadilla. Una tragedia. Un dolor inmenso, que sólo los que vivimos de cerca (en mi caso, metros) el maremoto, y posteriormente, nos salvamos, sabemos realmente la verdad.

He dejado estas dos primeras semanas para pensar y no escribir con la rabia que sentía horas después de la tragedia, en la casa que casi se nos vino encima o en el cerro donde escapamos. He visto horas y horas de transmisiones de noticias, cobertura en vivo nacional e internacional, he leído toda la prensa local y nacional, he hablado con amigos y colegas periodistas. Y mi mente, no olvida ningún detalle. ¡Ninguno!

Al momento de redactar este artículo, Chile se aprontaba para la asunción del empresario Sebastián Piñera como nuevo presidente; la directora de la Oficina Nacional de Emergencia presentaba su renuncia (por la presión periodística, según ella); en una de las zonas afectadas (Arauco), una autoridad municipal rechazaba el envío de mediaguas (habitaciones de emergencia de 18 metros cuadrado sin techo ni forro) por considerarlo indigno (con justa razón), y el caos en mi zona de Concepción, Talcahuano, Lota, Coronel, continuaba. Sí, y en otras zonas costeras también.

ALERTA, ESTAMOS EN TERREMOTO AÚN

El terremoto físico pasó. Y comenzamos un nuevo sismo, grado superior: las consecuencias emocionales en todos nosotros. La falta de comida, de suministros básicos. De 20 niños menores de 3 años abandonados en un Hogar, que viven la falta de agua potable. De toneladas de basura, escombros, hedor, cuerpos en descomposición que aún no se logran ubicar en la zona costera y cuyos familiares claman por su localización. De un alerta sanitaria en Talcahuano.

De miles de artículos que repiten lo mismo: los errores que se han cometido hasta ahora.
Hay miedo. Sí! Mucho miedo. Lo veo en los ojos de mi hijo mayor Cristóbal, quien a sus 4 años vivió la pesadilla en vivo y me rogó que por favor se terminara. Lo veo en los rostros de miles de porteños en Talcahuano que perdieron todo, casa, recuerdos, trabajo, empleo, y vivieron la pesadilla de los saqueos. Lo escucho en miles de chilenos que deambulan como fantasmas buscando recuerdos, bellos recuerdos, que se perdieron para siempre.

No entiendo la actitud del gobierno chileno, que hasta el momento no asume su cuota de responsabilidad en el maremoto. En la seguidilla de errores comunicacionales. En su afán de hacernos creer que todo estaba bien. Y que en tiempo récord, debemos superar. ¡Porqué!

Señores, señoras, amigos, estimados lectores… lo que sucedió en este país fue muy grave. Más allá del fenómeno natural, lo que se develó fue un Chile que escondía al interior de sus instituciones públicas, ineficiencia, falta de preparación frente a una crisis de proporción como la vivida, y algo que es peor: carencia de humildad para asumir su cuota de error al momento de decidir entre alertar y prevenir a la población, en vez de cuidar su imagen y popularidad bien ganada.

Hasta ahora, la única entidad que ha asumido parte de su responsabilidad es la Armada.

Tal como lo señalé en mis despachos a través de CNN Radio, mi familia y otros no hicimos caso a la principal autoridad de gobierno local (Jaime Tohá) cuando nos decía a través de Radio Biobio: “regresen a sus hogares, no hay alarma de tsunami”. No. No le creímos. Nos fuimos inmediatamente al cerro más cercano, sin saber aún que en ese momento las olas destruían parte de mi ciudad, de Dichato, de Penco, de Tomé, de Constitución, de Pelluhue, de Llico. Lamentablemente, muchos otros se quedaron y murieron.

Después vino lo que todos ustedes han visto por nuestra televisión chilena y la internet. Muerte. Saqueo. Miedo. Confusión. Incomunicación. Hambre. Sed. Cansancio. Angustia por saber si nuestros familiares estaban bien. Por hacerles llegar una mísera señal que estábamos vivos.

EL OTRO CHILE

Sí, Chile era otro. El de un país donde pese a sus tratados de libre comercio, de reconocimiento externo a nuestra excelente situación y conducción política y económica, éramos una Nación mentirosa.
Donde no todo el sector costero cuenta con planes de evacuación frente a un maremoto. Donde si se caen las comunicaciones, ni el gobierno ni las autoridades militares se salvan del apagón y la desconexión total de todo.

El Chile donde afloró la ambición y la sinvergüenzura de muchos “ciudadanos” que saqueaban supermercados no en busca de leche ni pañales, sino de TV Plasma, lavadoras, secadoras, maquinas de trotar, en fin.

Chile es un país de desigualdades. De ineficiencias. De ¡negligencias! Siento que este terremoto nos develó que también vivimos en un país donde la soberbia también forma parte de nuestro quehacer. Un país donde la delincuencia también está radicada en algunas inescrupulosas empresas constructoras que construyeron edificios muy caros, ostentosos, elitistas, difíciles de acceder, pero que se cayeron o colapsaron en apenas dos minutos y medio de terremoto. Un ejemplo: el edificio Alto Río, en pleno centro de Concepción, el cual se vino debajo de manera increíble y donde sus habitantes que salvaron milagrosamente, quedarán marcados por siempre debido a esos delincuentes.

Y no sólo en Concepción. En Santiago, la capital, hay edificios corporativos que en su fachada no presentan efectos del terremoto pero que en su interior hay serias fallas estructurales. Por respeto a mi fuente no diré cuál edificio forma parte junto a otros de importantes sectores de la capital que tienen orden de demolición. Un edificio cuya empresa a la que pertenece curiosamente donó miles de millones de pesos a una cruzada solidaria.

En este día 13 post terremoto, aspecto que Chile necesita reconstruirse humanamente. Socialmente. Con valores. Con base en la humildad. En la verdadera solidaridad. No el de las “casas” de emergencia de 18 metros cuadrados sin cielo ni forro.

El gobierno saliente dijo que Chile tiene una cuenta corriente y ahorros que le permiten hacer frente a los miles y miles de millones de dólares. No entiendo entonces porqué iniciar la reconstrucción con casas indignas y proyectadas para dos años más. Sí, dos años más.

Chile necesita menos soberbia. Ser más cálidos el uno con el otro. Sabios.

La zona donde vivo, sigue en caos. Vecinos incomunicados. Alerta sanitaria. Miedo a nuevos saqueos. Falta de alimentos. Gente que no se baña en las últimas dos semanas. Niños con diarrea producto de la ingesta de agua extraída artesanalmente de pozos. Gente que alucina con un plato caliente, leche pura, un pedazo de pan suave con mantequilla, fruta, y menos anuncios de que Chile se levanta.

Pánico colectivo. Siguen los rumores de un nuevo terremoto o réplica mayor.

¿Quién se ocupa de los niños y sus consecuencias sicológicas? Nuestros hijos son los que finalmente continuarán las labores de reconstrucción. Ellos, han visto todo. Reciben información en un mundo globalizado. Saben todo. Y perciben que algo no está bien.

Hoy Chile necesita que las familias estén unidas. Por eso, tengo sentimientos encontrados con llamar a trabajar para levantar en tiempo record lo que se vino abajo. Pienso que se está dejando de lado el 50% vital para que nuestro país se reconstruya. El lado humano y su equilibrio emocional.

Hay Universidades, edificios corporativos, empresas, instituciones, afectadas por el terremoto, que compiten por ser las primeras en levantarse, con el mismo afán de siempre: soberbia, interés económico.

SEÑALES DE ESPERANZA

Lo bueno: los miles de jóvenes chilenos que sobrevivieron a la tragedia y salieron a ayudar a los damnificados. A rescatar a los muertos.

Las muestras de solidaridad que hemos recibido de todo el mundo, pese a la reticiencia de nuestras autoridades de asumir que era necesario recibir esa ayuda. Nuevamente, un error.

Las redes sociales funcionaron. Bendito sea Facebook, ya que a través de este sitio pude informarle a mi familia y amigos de Chile, Venezuela, España, Argentina, Estados Unidos, Salvador, que estábamos bien. Seguramente, igual que a usted.

Bien por la cruzada solidaria en televisión que recaudó 30 mil millones de pesos chilenos. Ojalá que esa ayuda llegue pronto a los que realmente lo necesitan.

Bien por los expertos que desde hace años nos decían: ALERTA, que un terremoto está por venir en nuestra zona. Lamentablemente, los que debían atender este llamado hecho en seminarios, conferencias, reportajes, no los escucharon cómo debían.

Bien por la niña de 12 años que fue más inteligente que nuestras autoridades y alertó desde las campanas de una iglesia a la comunidad de Isla Juan Fernández, para que escaparan.

Bien por los carabineros que al igual que yo, creyeron en su instinto y alertaron a miles de pescadores y turistas en zonas costeras del Maule y Biobío.

Bien por el paramédico que perdió a su esposa y pequeño hijo en la zona del Maule, y pese a ello, siguió ayudando a los demás. En estado de shock. Pregunta: el gobierno ya lo está ayudando?

Bien por los niños, porque pese a toda esta pesadilla, aún juegan, sonríen y creen en la naturaleza, en lo simple, en el asombro, en la alegría.

Bien por aquellos efectivos policiales y fuerzas armadas que han trabajado humanamente en ayudar, proteger y solidarizar.

Un momento de reflexión por los que murieron tratando de rescatar a los demás, incluidos bebés, niños, ancianos, mujeres. Y por los que se fueron.

¿Una lección? Miles. Para todos nosotros. Incluida usted, señora presidenta Bachelet. Incluidos todas nuestras autoridades.

Chile es un país maravilloso. Pero olvidamos que la maravilla está en hacer las cosas bien. En querernos. Respetarnos. ¡Cuidarnos! Protegernos.Reconocer nuestras fallas y errores. Cultivar virtudes. Menos competitivos. Más abiertos. Solidarios de verdad, no con plata ni vuelto entregado en supermercados sin saber si efectivamente llegará a los más necesitados. Con un Estado menos protector con los más desposeídos. Un Estado que sea más proactivo, formativo, con aquellos que necesitan aprender y no imitar y aprovechar. Con un sector privado menos especulativo. Con Universidades (cuna del alma y el conocimiento) verdaderas, humanas, reflexivas, formadoras de personas y no de máquinas de trabajo….

Con un país que cuida a la familia desde el embarazo. Hasta la muerte.

Chile lo quiero, así como quiero a Venezuela , España y Estados Unidos, países donde he vivido y conocido gente maravillosa.

Aprendamos. Aprendamos de nuestros errores. Y emprendamos un vuelo distinto. Reconstruyamos almas, vidas, conciencias, corazones. Los puentes, los edificios, las calles, los muros, pueden esperar. Nuestros hijos no.

Gracias Dios por permitirme llegar a ustedes. Hasta siempre.

No hay comentarios: