Por eso, hoy quiero dedicar nuevamente esta columna a mi gente de Venezuela. País donde crecí, donde aprendí a querer la historia, la naturaleza, y me hice de muy buenos amigos. El país donde me enamoré por primera vez y donde sé que aún existe ese amor basado en respeto y belleza por la vida. Lo sé.
Leo con preocupación los últimos acontecimientos que ocurren a diario en un país tan hermoso, tan digno y merecedor de los mejores parabienes. Un país, donde la violencia, el populismo político basado en el chorreo desmesurado del petróleo y la afirmación de una ideología plasmada en un extremo culto a un hombre y ex militar (ya muerto) que sacudió las raíces de un país también encaramado en la pobreza, corrupción y delincuencia urbana, la convirtió -finalmente- en uno de los países más violentos de América Latina.
Y digo violento por el siguiente dato (proporcionado por el Observatorio Venezolano de Violencia: 24 mil 763 personas, murieron a manos de la delincuencia en todo el país el año pasado (2013). Es decir, 79 venezolanos por cada 100 mil habitantes engrosaron esta macabra y triste lista de personas abatidas por el hampa y la violencia desmesurada. Es la cifra más alta de muertes desde que el Chavismo se hizo del poder en 1999. Otro dato: en ese año, 1999, la cifra de homicidios era de 9.868 personas. Saquemos las conclusiones.
Lo he señalado en anteriores columnas de este blog. Venezuela merece una atención enorme por parte de nosotros, quienes somos vecinos latinoamericanos. Cuando hablo de violencia lo digo con propiedad, porque también fui objeto de ella cuando vivía allá, específicamente en Valencia. Mi mamá y yo, fuimos literalmente secuestrados durante varias horas en un humilde hogar de una amiga de mi madre, a quien ayudábamos con mercadería en alimentos para ella y sus pequeños hijos, quienes vivían en precarias condiciones de vida.
Gracias a Dios y al Universo bendito, esa tarde algo pasó, que en medio del caos, de los gritos de los delincuentes, lo terrible de sus armas de fuego y el horror de mi madre, su amiga (no vidente) y sus hijitas, algo pasó, que finalmente la maldad de esos hombres se difuminó y huyeron con el dinero y la cartera de mi mamá. No nos hicieron nada. Nada!
Cuando digo que la violencia afecta a todos por igual, es así. En Venezuela, no sólo mueren a diario niños, jóvenes y adultos. Mueren pobres y ricos. Fallecen anónimos y famosos. No olvidemos que a comienzos de este año, ocurrió el terrible asesinato de la ex Miss Venezuela y bella actriz, Mónica Spear junto a su esposo, en plena carretera venezolana. Matanza que también involucraba a su pequeña hijita, pero quien finalmente sólo resultó herida, gracias a Dios.
Lo terrible es que los delincuentes tenían tan solo 15 y 16 años de edad. Sí. Incluso, se sabe que muchos de los delincuentes son niños. Niños que viven presos de la misma violencia, del hambre, de la humillación, de la brutal agresión por parte de sus padres. Y si a eso sumamos, la violencia política, la ira y soberbia de autoridades de turno, y de todos los colores políticos. El resultado, es sencillamente: brutal.
Dicho lo anterior, me compete como periodista, académico y escritor hacer un nuevo llamado a todos mis lectores, amigos, conocidos y no conocidos (aún) a que no los olvidemos. No nos olvidemos de nuestros vecinos venezolanos. Ellos, sí ellos, también nos acogieron en momentos de dificultad, de esperanza, de sueños. En mi caso, mi padre, quien en búsqueda de mejores expectativas de vida en la década del 70, consiguió empleo en Caracas y significó que nos mudáramos y viviéramos hermosos e inolvidables momentos. Momentos que incluía el nacimiento de mi hermana y mi hermano, ambos venezolanos.
Hoy Venezuela, mis queridos amigos, precisan de Buenos Vecinos. Precisa que todos hagamos votos, generemos una red de apoyo única, social y estratégica que sirva de apoyo para los miles de venezolanos y extranjeros que hoy viven sumidos en el miedo, la rabia, la humillación y el dolor.
Me indigna saber que como yo, hay papás y mamás que sufren a diario por este ambiente tan duro, tan triste y tan doloroso de no saber si efectivamente sus hijos regresarán a casa luego de ir al colegio. Si el padre o la madre retornarán luego de trabajar arduamente.
La violencia y el horror de la muerte no sólo se concentra hoy en Siria, Medio Oriente o África.
También aquí cerca, en nuestra querida y hermosa Latinoamérica. En Venezuela, amig@s!
VÁMOS, VÁMOS QUE SE PUEDE!
Es hora mis queridos amigos y vecinos venezolanos, de no perder la fe. De mantener la esperanza.
De creer que sí es posible re-construir lo destruido por el dolor y la violencia. Y esto que señalo,va más allá de lo político o económico. Tiene que ver con ese cambio actitudinal. Con ese cambio que parte desde el centro de mismo de nuestro espíritu como personas, como agentes de cambio, como arquitectos y constructores de nuevos caminos y escritores de nuevas páginas maravillosas para Venezuela.
Vámos que se puede Venezuela. Sabemos que sí es posible generar ese cambio. Hay personas que lo están haciendo. Hombres y mujeres que han salido a las calles de manifestar su rechazo a esta violencia y pobreza (espiritual). Jóvenes estudiantes valientes, decididos y esperanzados, salieron de las aulas a clamar por un cese a la violencia, a la corrupción petrolera y pedir paz.
Hay personas que hoy luchan en Venezuela desde la cárcel, hay personas que luchan desde el extranjero. Hay millones de corazones venezolanos repartidos desde la gran sábana, el mar caribe, los llanos y las hermosas urbes venezolanas, hasta el último rincón del mundo. Hay millones de corazones que pueden levantar un ECO muy fuerte y decirle al establishment: Basta. Y decirle a la violencia: No más. Y decirle al Mundo: sí podemos ser mejores.
La historia venezolana es rica en acontecimientos que sirven de ejemplo de superación. Un país que anteriormente también ha estado bajo regímenes políticos muy radicales. Dictaduras. Pero también en democracia. Libertad. Sueños de esperanza. Alegrías de vida.
Hoy, invito a todos los venezolanos a seguir creyendo. Invito a toda mi red de amigos y amigas de América Latina, y que me leen desde Europa, Asia, Norteamérica y Oceanía, a no perder de vista los acontecimientos que ocurren en Venezuela. Insisto: hay que seguir empujando ese país. Como buenos vecinos, debemos sumar energías, ayuda humanitaria, apoyo a los venezolanos que buscan ayuda, a construir una opinión pública internacional que sea mucho más crítica, poderosa, influyente.
Ser buenos vecinos, significa estar ahí. Como ellos lo fueron con nosotros. Ser buenos vecinos significa estar pendientes de lo que ocurre en su patio, en su bodega, estar atentos a sus necesidades también. Ser buenos vecinos, significa entregar todo nuestro cariño, nuestro respeto, nuestro amor, como sociedad, como ciudadanos del mundo.
Como periodista y escritor, convertiré estas letras en destellos de luz, de esperanza y las esparciré por todo el Universo para que contribuya a despertar a quien haya que despertar. Que estos destellos de luz, se convierta en esperanza y esa esperanza, se transforme en un sentimiento y actitud de perdón, porque si hay algo que Venezuela necesita es eso: perdón.
Ser buenos vecinos implica generar nuevas acciones. Asociarnos estrategicamente en pos de un objetivo: convivir en paz, alegría y optimismo.
Escribo y siento. Me inspiro en cada Araguaney y en cada trinar de un Turpial que por años me hicieron feliz. Te invito a volver a creer. A Inspirarte en cada rincón de esa geografía inmensa, maravillosa, cálida y hermana. Me inspiro en las clases de historia, de geografía, de cultura y deportes, de mis amigos y mi familia venezolana.
Me inspiro en la misma inspiración que tuvieron grandes mujeres y hombres de Venezuela. De maestros, de artistas, de políticos, de deportistas, de religiosos. Todos Uno. Todos suman. Esa inspiración que hoy me hace escribir estas líneas, este texto, este sentimiento.
No más miedo, por favor. No más dudas. Ayudemos a nuestros vecinos. Despertemos y levantemos nuevos corazones, nuevas ilusiones.
Venezuela, territorio y espíritu; historia y filosofía; amor y belleza; sentimiento y sabores...cultivan una Nación que merece volver a sonreír. Merece volver a a ser un país de buenos vecinos.
Gracias, gracias por tu tiempo dedicado a esta columna. Y no olvidemos que la vida, la Pura Vida también reside en esta práctica habitual...de ser Buenos Vecinos.
Feliz semana!