martes, 13 de julio de 2010


Me gustó este Mundial 2010. Y por varias razones. Porque participó Chile. Por su colorido. Por los contrastes. Por la tecnología. Por lo globalizados que estamos… Porque se jugó en un continente, donde pese a que es una zona donde “reina” la pobreza, el hambre, el sida y la corrupción, la FIFA y el gobierno sudafricano, fueron capaces de levantar un proyecto multimillonario y global.

Todo gracias al deporte. A una pelota. A un mundo de sueños, ganas y objetivos, que se traducen en equipos que luchan por un cupo en esta cita planetaria.

El tema: es que detrás del Mundial, existe una realidad superior a los goles, a las estrellas (Forlán, Villa, Snejider, Muller) y estrellados (Messi, Rooney, Ronaldo…), a la poderosa industria del marketing deportivo, superior a España y su primera corona mundialera… superior a todo eso. Me refiero a la cruda y triste
realidad social de África.

Sudáfrica, una tierra de 11 idiomas (oficiales). De 49 millones de habitantes, 70% de raza negra, y una cuarta parte de ella está sin empleo. El país del mundo con mayor tasa de infectados de Sida: un 20%. Lo que ha generado una crisis social de proporciones: más de 1 millón 200 mil niños sudafricanos… huérfanos.

Cuna también de importantes protagonistas: Nelson Mandela, líder revolucionario y primer presidente negro del país; J. R. R. Tolkien, escritor, autor de El Señor de los Anillos; Charlize Theron, primera actriz sudafricana ganadora de un Oscar; Christian Barnard, médico que realizó el primer transplante de corazón. Por mencionar algunos…

Sí. Es el mismo país donde vimos lujosos y maravillosos estadios, centros recreativos y zonas exclusivas de “carrete” (entretención nocturna). El país donde se invirtió más de mil 100 millones de dólares, para remodelar y construir estadios, carreteras e infraestructura deportiva.

¿Sabía usted que debido a los atrasos en la construcción de dos estadios y que el presupuesto inicial aumentó 3,5 veces más de lo original, el Mundial casi se juega en Australia o España? Pero la historia quiso que la versión 19 de la Copa del Mundo se jugara por primera vez en África.

64 partidos, 2 millones de entradas vendidas, 10 estadios, 32 equipos. 101 goles en la primera fase, la más baja en un Mundial. Errores arbitrales, que marcaron la historia de este campeonato, incluso en la final. Decepciones: Brasil, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia. Un aguerrido ganador: España.

Curiosidades: un pulpo inglés (Paul) que predijo 8 resultados, incluido al campeón. El equipo más joven: el alemán, con un promedio de 25 años. España sólo una vez antes había jugado con camiseta azul y pantalones blancos en un Mundial. Fue el 29 de junio de 1950 en el Maracaná y derrotó a Chile por 2-0 con goles de Basora y Zarra. En Sudáfrica repitió indumentaria frente al mismo rival y volvió a ganar: esta vez, el campeonato del Mundo.

¿Quiere más contraste? El primer mundial que se transmitió en alta definición para la televisión. Incluso en tres dimensiones. Cámara lenta. Y toda esa tecnología, nada pudo hacer ante unas trompetitas que dejaron sordo a medio mundo, las famosas vuvuzelas.

Un Mundial, un continente africano, dos mundos distintos. Dos realidades tan contrapuestas, tan disímiles. Pero a la vez, unidas. En torno al deporte, que es capaz de mantener atentos y unidos a millones de habitantes del globo. Porque este mundial también será recordado por su globalización, por las redes sociales involucradas. Tanta inversión en dinero, horas trabajo y dedicación (administrativa, deportiva, obrera, política), para que en un mes, el mundo estuviera allí.

El fútbol fue – a mi juicio- la ventana. Un mirador clave, en un continente azotado por una cruda y difícil realidad. No nos olvidemos de ellos. Las 32 naciones embajadoras que jugaron en esos impecable césped sudafricanos, deben ser hoy nuevos embajadores sociales. Del deporte al trabajo.

Y la comunicación, también. El periodismo tiene allí un gran desafío. Comunicar. Informar. Interpretar. Investigar. Comparar. Y hacer global, lo que allí es local. Sudáfrica. También es nuestra realidad.

¡Hasta siempre Sudáfrica!

Bienvenido Brasil 2014!

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